domingo, 11 de mayo de 2008

Critica a las películas infantiles; "Buscando a Nemo": algo diferente...



Nos es extraño que haya quien que siga identificando las películas de dibujos animados con temas infantiles, canciones de Phil Collins y muñequitos en el Happy Meal. La culpa de esta forma de pensar la tiene Disney y su estancada política creativa : viendo sus últimas películas uno no sabe en qué orden se relizaron éstas, si primero fue el estribillo del ex-batería de Génesis (¿Cómo pudo coincidir este hombre en un mismo grupo con el insuperable Peter Gabriel), la colección para el Mc Donald´s o el propio guión.
A los que crean que ésta es una película infantil o a los que, más abiertos, teman que los de Pixar (el laboratorio donde Disney parece atreverse a hacer lo que se prohíbe a sí misma) no están a la altura de un Monsters S.A. hay que recomendarles que junten los seis euros de la entrada y vayan a verla al cine. Seguro que dentro de unos meses saldrá la versión en DVD con varias horas de extras y contenido adicional, pero verla en el cine es una obligación para disfrutar de todos sus matices.
Y es que ésta, a pesar de la importancia de los detalles técnicos, es una película que se viste por los pies, construyéndose sobre la base de un gran guión. Una de esas historias que van por delante del espectador y tiran de él, liberándole de esa tarea de carga a la que le someten tantas películas actuales. Los de Pixar se han pasado, sin duda, muchas horas delante del ordenador diseñando ese mundo submarino, pero es evidente que antes le han dedicado muchas más a encontrar algo que contar.
El núcleo de la película no es más que el viaje que realiza un personaje para lograr un objetivo. Una trama convencional a la que los guionistas de Pixar le dan una vuelta de tuerca porque ya no se trata del rito de paso de un adolescente, sino de la aventura de un adulto al que se le suponía ya más inamovible que una hipoteca con el BBVA. Ya no es Heidi la que busca a su madre, sino la madre la que trata de encontrar a su Heidi.
Ese planteamiento le da ya una ventaja inicial a la historia que se beneficia, además, de una estructura narrativa sugerente. La narración va saltando de la historia del padre a la del hijo, con ese estilo que tan bien utiliza Vargas Llosa en sus novelas. Para que una apuesta como ésta funcione hay que saber administrar la información y mantener el mismo nivel en las dos historias, como un malabarista con dos platos. Si no se hace así, el espectador recibe el cambio con cierta desgana, pues siempre habrá una de dos que él prefiera. Los de Pixar se la han jugado y han sacado una nota muy alta. En este sentido, la película es un ejemplo de cómo mantener el ritmo y el interés del espectador a dos bandas.
Al romper la historia en dos, los de Pixar se pueden permitir el lujo de hacer pasar por la película a una gran cantidad de personajes (el doble de lo normal, si las matemáticas no me fallan). Aunque mantienen cierto estilo tipo ciego y lazarillo (parece que hay cosas que nadie puede eliminar, el hueso ante al que hay que ceder), se las ingenian para que, o bien sean bastantes personajes los que hagan de lazarillo a la vez (en el acuario), o que se vayan turnando en esa tarea (en el océano). Así que hay peces para llenar varias películas y para mantener la sorpresa y la curiosidad del espectador hasta el final : nada de casarse con un cangrejo que cante "Under the sea", por poner un ejemplo traído de otras películas paralelas. Aquí nadie abre la boca para cantar, otro detalle que hay que nunca le agradeceremos los suficiente a los de Pixar. Si no hay canciones, no corremos el riesgo de que Phil Collins limpie su disco duro y trate de vendernos los restos del cajón como ropa de marca. Ni canciones ni coreografías.
A nadie se le obliga a cantar y nadie, acierto del guión, tiene el papel de Malo Absoluto, tan socorrido en las historias infantiles de recorrido corto. Aquí no existe ese Mal con mayúsculas (salvo que alguno le tenga auténtica fobia a los dentistas), sino un conjunto de pequeños cabrones (cangrejos que piden algo a cambio de la información, gaviotas con ganas de anticipar el fin de Nemo, niñas con aparato en los dientes y deseos de experimentar con los animales…), que es lo que uno se acaba encontrando en la vida real. Cabrones, y marrones como los que van descubriendo los protagonistas de la película. O villanos y contratiempos, para los que prefieran la versión Disney políticamente correcta de la anterior frase.
Y, sin personaje que haga de Malo Absoluto, resulta imposible desarrollar esa moralina tradicional de las películas infantiles. Algo que a Disney le crearía bastantes problemas pero que en esta película supone otro punto más a su favor. Siempre está uno libre de decir que esta esa una historia sobre la superación, la búsqueda, la amistad o la familia y acertaría con cualquiera de estas definiciones, lo que tampoco es afirmar mucho. Al fin y al cabo, también esos son elementos que reconoce cualquiera en su vida y que no le permiten saber cuál su tema (Para qué estoy aquí, por qué…y todas esas preguntas con las unos ruedan "Matrix" y otros montan una consulta).
Si esta película sobre el mar está muy lejos de hacer aguas se debe, en fin, a que por debajo de la estructura, del guión, de los personajes y de la ausencia de canciones, se percibe un tono irónico que empapa todos los elementos. Una ironía muy saludable que impide que la historia se vuelva ñoña y que permite que, de vez en cuando, surjan momentos de un humor bastante gamberro. Ese aire, marca de la casa Pixar, que a Disney sólo le duró los primeros diez minutos de Lilo & Stitch.
Al salir de la película uno experimenta cierta catarsis de andar por casa. Por un lado, vuelve a reconciliarse con el cine, contento de que su apuesta por Pixar (al fin y al cabo, la hija rebelde de Disney) haya encontrado un argumento más para mantenerse en cabeza. Por otro lado, se descubre mirando los acuarios y los puestos de la pescadería con una mirada menos humana y más animal, preguntándose si alguno de esos peces habrá conocido a Nemo.

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